Lección de Vida

Verano de 1994, 43 grados y las 17:00 de la tarde en Sevilla.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Termino de comer, reposo el almuerzo recostado en el suelo pegado del ventilador de rejilla antigua bajo el calor abrasante de un mediodía veraniego. Camiseta desgastada casi carne de trapo de limpiacristales, calzonas de fútbol sagradas para los partidos del colegio, calcetines blancos pero con la suela ennegrecida de andar descalzo, pelado de doble cuello o cacerola de unos 9 años recién cumplidos, y llega mi Primera gran Lección de la Vida.

Mi padre cambia nuestra televisión Elbe y sintoniza la Primera de Televisión Española. Mi padre, que sabe que me apasiona el fútbol, me dice que se van a disputar los Cuartos de Final del Mundial de Fútbol que se estaba disputando en EEUU. Yo eso ya lo sabía porque precisamente ese año había estado siguiendo el fútbol muy de cerca, pero yo siempre dejaba a mi padre que me lo contara porque siempre supe que le gustaba contarlo. El partido, ya lo sabréis, España – Italia.

Cuando mi padre terminó de ajustar la tele y el volumen para no desvelar la siesta de mi madre y mis hermanas, le conté a mi padre que sabía yo de la actualidad de la Selección Española; le dije que España tenía un gran equipo, a lo que mi padre respondió: “…ya”, le conté lo bien que jugaba España y cómo consiguió su pase a Cuartos de forma excepcional, a lo que mi padre respondió: “…ya”, le narré cada gol al detalle y le informé de lo mal que llegaban los italianos al partido, a lo que mi padré sentenció con un rotundo: “…ya”.

En vistas de la escasa euforia que mi padre desprendía, le pregunté: “¿no crees en España?, podemos pasar a Semifinales del Mundial”. Entonces mi padre que siempre ha creido más en la praxis que en la teoría, me dijo: “¿Me creerías si te digo que te doy 1.000 pesetas por cada asignatura que suspendas? … este partido ya lo he visto yo, empezaremos bien, dominaremos gran parte del partido y en nuestro mejor momento se igualará el partido, lo tendremos en la mano y al final perderemos por poco y sin merecerlo. Es más, te doy 500 pesetas por cada gol de España si pasa a Semifinales, si pierde me das tu a mi 200 pesetas y no suspenderás ninguna el próximo curso”. Ignorante de mi, acepté la apuesta.

El partido terminó 2 a 1 para Italia de forma injusta porque España jugó mejor, y además falló osasiones clamorosas y el árbitro no señaló penalty y expulsión al Italiano Tassoti que agredió dentro del área a Luis Enrique. España perdió el partido, y yo la ilusión, 200 pesetas, y asumir el compromiso de aprobar todo el año siguiente.

Como toda historia, tiene una moraleja, y por las palabras de mi padre entendí la realidad, la moraleja aparente y la moraleja real. La moraleja aparente es que debemos de entender que apostar no es bueno aunque tengas toda la “convicción” de que ganarás. Pero la verdadera moraleja que me enseñó mi padre fue otra, y es que siempre me dijo que: “cuando creyese en algo, no dudara en luchar por ello, pero antes de “apostar” por ello, hay que pensarlo y analizarlo bien”. En este caso me dijo textualmente:

“No pierdes por apostar por España, pierdes por apostar que pierde Italia”.

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